Bernard Madoff: la caída del hombre que fue Dios
Este pasado 10 de diciembre se cumplieron ocho años de una efeméride financiera un tanto singular y que derrumbó a otro mito de la industria financiera norteamericana. Bueno, para no exagerar tanto, a todo un personaje envuelto en una suerte de misterio, duda, profundo respecto, tocado de poderes mágicos para obtener, como nadie, las mejores rentabilidades a las inversiones que se le confiaban y a quien acudían, no sé si en procesión o a través de encuentros íntimos, la flor y la nata de la inversión norteamericana y también occidental y europea.
Pocos meses después de aquel 15 de septiembre de 2008 y de la bancarrota de Lehman Brothers, Bernard Madoff, cuyo nombre imponía un venerable respeto en el mundo financiero y en el otro Wall Street, quebraba. ¿Activos fallidos? ¿Operaciones arriesgadas? ¿Algún paso en falso en el manejo de activos? ¿Víctima de un efecto dominó financiero que arrasa con su firma de inversiones? Muchas fueron las cábalas en los primeros días alrededor del crack de aquel personaje cuya mera mención imponía una solemnidad exclusiva en cualquier cenáculo financiero. Nada de eso ocurrió. Ni inversiones erróneas, ni transacciones arriesgadas, ni activos dudosos… nada de nada. Bernard Madoff, para sorpresa de todos, operaba al más puro estilo del esquema Ponzi. Recordemos que a Carlo Ponzi, aquel inmigrante italiano llegado a Estados Unidos, le corresponde el dudoso honor de ser el pionero, al menos del que se tiene constancia, de ese fatídico juego.
Madoff, protegido por esa aureola que se supo construir como semidios de las santas finanzas y de los entresijos financieros, con un poder de convicción arrollador teniendo en cuenta que su clientela no era el boina de turno o el cándido inversor que siempre hace gala de su buena fe sino altos directivos de entidades financieras, supo engatusar a todo hijo de vecino haciéndole creer que pasaba a pertenecer al selecto y exclusivo grupo de sus escogidos clientes. Madoff hizo gala de una curiosa política de marketing financiero al negarse sistemáticamente a gestionar inversiones financieras de millonarios y empresarios acaudalados, de compañías de alto copete y de financieros que le imploraban que fuera el propio Bernard Madoff quien gestionara sus dineros. El tío representaba a la perfección su papel de superstar de las altas finanzas de la Meca del capitalismo.
Entre pitos y flautas, Bernard Madoff llegó a gestionar, justo cuando se descubrió el tinglado financiero que había sido capaz de montar, 65.000 millones de dólares que, al cambio de aquel entonces, equivalían a 49.000 millones de euros. Las magníficas rentabilidades que Madoff satisfacía, y que algunos veían como parte de grandes corporaciones norteamericanas, resultaron ser al final de esa historia un simple esquema Ponzi. Así entraban unos que entregaban sus dineros a Madoff y éste les hablaba de inversiones en las que materializaría las mismas aunque, según parece, sin ser muy dado a facilitar detalles, confirmando de este modo su halo enigmático. Luego, entraban más inversores, no todos aquellos que querían sino tan solo los que Madoff elegía y aceptaba que se sentían honrados por tal reconocimiento. Con los dineros de estos últimos liquidaba los intereses y beneficios de los anteriores, y la estafa piramidal, mientras duró, creaba ilusiones en todos.
Este tipo de esquemas piramidales se van sosteniendo hasta que la cadena de entradas se interrumpe, alguien ve algo que le hace desconfiar o se comprueba que los activos en los que se invierte son puro humo o, más rotundamente, nada de nada salvo papel mojado. Del affaire Madoff se extraen como siempre experiencias, nefastas para quienes las sufrieron y aleccionadores para quienes observan desde la distancia la estratagema.
No hay que dejarse llevar nunca jamás por esas inversiones que prometen e incluso llegan a asegurar rentabilidades celestiales porque nuestro mundo, para bien o para mal, es la tierra, con lo cual los rendimientos solo pueden ser terrenales. ¡No debemos dejarnos embaucar por esas complejas y tan rimbombantes inversiones en productos y activos!
Si uno no tiene claro en qué va a invertir, si ve que hay cabos sueltos, detalles que no acaban de cuadrar, pregunte una y mil veces el porqué de cada matiz, interrogue sobre el activo que sustenta la inversión, indague sobre su funcionamiento y si después de todo eso, usted no está convencido por completo y aún advierte rasgos de penumbras, ¡por favor, dé marcha atrás, no se lance a la piscina y váyase con el dinero a otra parte! Las rentabilidades pueden esperar.